Tuesday, January 24, 2017

2016 en retrospectiva

Escribí esta entrada en dos veces. Por esta razón, hay alguna incoherencia en tiempos y fechas. Mes excuses.

Me acaban de informar de que ya se terminó el 2016, y aunque me pilló desprevenido, mi genialidad brilla incluso en horas bajas y al momento se me ocurrió la idea más original del mundo: echar la vista atrás y comentárselo a todo internet, que no quedará tranquilo hasta que esto aparezca publicado. Como en realidad sólo hace dos entradas de la última retrospectiva parcial, que fue la de mayo, pasaré por el principio rápidamente.

Llegué, como sabéis, hace un año y dos días. Es muy fácil de recordar, porque llegué de noche, y la siguiente noche ya fue fin de año. Primero estuve tres meses trabajando en una oficina. El último día de marzo que trabajé, mientras preparaba la maleta para irme el fin de semana a Helsinki, me llamaron para decirme que ya no volviera más por esa oficina, que el lunes tenía que ir a otra. En Helsinki conocí en persona a Olga, Maximilian, Delphine, Tero y Mikkel (más su colega Fredrik), cinco personas que conocí a través de Moonsorrow y con las que llevaba años hablando (sobre todo Delphine), más Julia, a la que ya conocía desde York; precisamente coincidimos todos allí por el concierto de presentación de su más reciente disco y primero en cinco años, lo cual era kind of a big deal y mereció también mi primera crítica en nosecuántos años. Decidí ir a Helsinki porque anunciaron la gira completa y no pasaban por Budapest ni anywhere near, así que me dije PUES PUES PUES VOY YO. Y estoy muy contento de que haya sido así: no sólo vi el concierto y conocí a toda esta gente que ya conocía, sino que también tuve oportunidad de ver a Ida y a Leo (no el argentino) y de conocer a la hija de ambos; y de comprar una revista en la que salimos Leo (sí el argentino) y yo, aunque nos costó horrores encontrarla porque la tenían agotada en todas partes. Moonsorrow'sta on tekeillä dokumenttielokuva!

Inferno 3/2016, sold out. Así es como llevamos
el rompeolas de Baiona a la prensa finlandesa.

Cuando volví a Budapest y fui al nuevo proyecto al que me habían cambiado, encima de estar cabreadísimo con el cambio me encontré con que el proyecto era un caos en el que nadie sabía nada, ni siquiera los jefes, y la gente llamaba enfadada porque no se estaba haciendo lo que se tenía que hacer y llevaban semanas esperando por cosas normalmente muy simples. En ese momento era todo nuevo. Poco a poco fuimos aprendiendo a hacer las cosas, fue entrando más gente (al principio éramos unas 10 personas en la oficina, ahora 19, y se nota que no veas) y todo se fue estabilizando. Aunque el proyecto anterior sigue siendo mejor en casi todo, al menos en este ya no dan ganas de tirar la mesa de una patada y salir por la puerta, e incluso las jornadas de más trabajo suelen ser relativamente llevaderas. Otro inconveniente es que esta oficina está en otro edificio, más lejos de casa, desventaja contrarrestada por el hecho de que ahora leo un montón in itinere. Por cierto, que según escribo esto, son las 4:13 AM del 1 de enero y estoy en la misma oficina a la que llegué de morros el 4 de abril...

Decía en mayo que me tenía que mudar. Efectivamente, en junio, un par de días antes de irme a Finlandia, nos tocó mudanza. Balázs y yo buscamos piso juntos desde el principio, no nos planteamos ni irnos por distinto lado ni juntarnos con una tercera persona; dos está bien. El piso que encontramos, como suponíamos, es más pequeño y más caro que el anterior, porque el anterior era una ganga y el casero, un tío súper atento, honrado y nada tacaño. Con todo, el tamaño de las habitaciones sigue siendo bastante grande, y yo incluso prefiero esta, porque la anterior, aunque su extensión era mayor, estaba peor distribuida por culpa de un mueble gigantesco que no se podía mover. Ahora, en su lugar, tengo dos armarios tamaño armario que pude ubicar a mi manera para dejar espacio para el sofá, la mesa y la estantería hipermolona que compré sin superposiciones. Y sigue quedando suficiente espacio libre para un colchón hinchable biplaza que también compré para las visitas, del que ya hicieron usufructo unas cuantas. El precio sigue siendo asumible, el casero nuevo no es malo, y la ubicación es incluso mejor que la anterior, aunque echo un poco de menos el edificio tan bonito en que vivíamos antes. Pero este es mucho más cálido, que al final es más práctico. El gas que derrochamos en la chatarra de calentador y de fontanería que tenemos lo ahorramos en calefacción.

Todavía estaban todas las cajas por los suelos cuando me fui a Finlandia a rodar el documental Home of the Wind. Fui el primero en llegar al aeropuerto de Helsinki, aproximadamente una hora antes que Pillau, el director de fotografía, un tío que sabía todo sobre cámaras y nada sobre Moonsorrow. Esa noche dormimos los dos en casa de Nikky, la fotógrafa del equipo; a la mañana siguiente fuimos a alquilar el coche y la cacharrada cinematográfica, hacia mediodía llegó Leo, el director, y el último fue Alexis, técnico de sonido, otro fanático del grupo como yo e incorporación de ultimísima hora (imagínate que se está gestando un proyecto que te mola a rabiar sobre una de las cosas que más te gustan del mundo y te dicen: oye, empezamos en quince días, ¿te apetece venirte? Pues eso le pasó a él). Puedes leer una crónica de los primeros días en el blog que abrí a tal propósito. Las siguientes dos semanas las pasamos durmiendo cuatro personas en una cama de matrimonio y un sofá-cama en un pequeño apartamento no muy alejado del centro de Helsinki, y grabando entrevistas en la ciudad y alrededores, incluyendo muchos bosquecillos (para ver bosquecillos en Helsinki ni siquiera hay que irse a ningunos alrededores, pero bueno, nosotros fuimos varias veces) y una isla a la que Mitja nos llevó en barco y en la que tuvimos una de las mejores sesiones. Además él trabaja en televisión y sabe perfectamente cómo elegir ubicaciones y enfoques y cómo funciona todo en este campo. Vivimos días larguísimos, literalmente, porque la noche se quedaba a medio cerrar y a las tres de la mañana se arrepentía y se ponía a amanecer otra vez. El colofón del periodo de producción del documental fue una «noche» en Oulu, a siete horas al norte de la capital y en el borde del círculo polar, ciudad en la que Moonsorrow tenía programado un concierto en el festival Jalometalli el segundo fin de semana. Escribo «noche» entre comillas porque no hubo tal cosa: un día lluvioso en tu ciudad es más oscuro que el cielo de Oulu a las 0:15 AM, que es exactamente la hora a la que saqué esta foto.

Nightless night

El domingo nos comimos otras siete horas de coche para volver a casa, el lunes recogimos todo por la mañana, devolvimos coche y equipo y al llegar al aeropuerto me despedí de mis compañeros. En el viaje de vuelta me tocaba hacer escala en Riga, donde pasé una tarde-noche preciosa, y el martes 12 estaba de vuelta en el asfixiante calor de Budapest. La verdad es que no pudimos elegir mejor fecha para pasar dos semanas al fresquito de Escandinavia.

Riga y yo somos así.

Durante el resto del verano no hubo grandes acontecimientos, salvo las visitas de Renars y Marta primero y de Iago y Anabel después. Tras eso, y aprovechando dos días y medio que tuve libres, decidí que necesitaba tomar el aire y despejar la cabeza y me cogí un tren a Serbia, donde pasé un día con Jelena en Belgrado y otro con Jasmina y Nicola en Novi Sad (todo repe). El viaje me sentó bastante bien, y hacía muchísimo que no veía a Jelena, quien me estuvo dando una clase improvisada de yoga mientras veíamos la puesta de sol desde el Kalemegdan. Muy de película todo. Ah, y fuimos a Zemun, donde sólo había estado en octubre del 2009. Curiosidad para quien le guste la historia: desde Zemun se dispararon los primeros cañonazos de la Primera Guerra Mundial, por encima del Danubio y en dirección a Belgrado.

El caloret zemunés

En otoño tuve algunos huéspedes más, aunque tengo pensado detallar todas las visitas en una entrada aparte (lo que puede no suceder nunca) porque fue interesante ver cómo distintas personas hacen turismo de distintas maneras. Yo fui en modo exprés a Madrid para un concierto de Behemoth y Mgła a finales de octubre, con Eddie y Martzel, y un pelín menos exprés a Barcelona para ver a Iosu, a Marta y a Cult of Fire, además de a Barcelona itself, que es muy distinta a lo que me esperaba y me encantó. La penúltima semana del año la pasé con mi familia, por primera vez en todo el año. Se me pasó la semana volando, todo el rato de aquí para allá viendo amigos locales o retornados; no me quejo nada, pero sí que acabé bastante cansado, sí. Y por supuesto me faltaron amigos por ver. Hasta Enzo, al que sólo vi rápido y mal y que ahora ya no me ajunta. Por lo demás, pude constatar que la ciudad sigue más o menos igual, que efectivamente hay otro dinosaurio vegetal más pequeño, que los telediarios siguen siendo una puta basura cada día más infecta y bochornosa e insoportable y —no sin sorpresa— que además ahora cada noticia se compone en un 50% de mensajes de Twitter de famosos. Llené la maleta de turrón, polvorones y libros y me volví a mi ciudad adoptiva. De libros hablaremos en la próxima entrada.

Así de bien Barcelona.

In a more reflective note, tardé unos meses en darme cuenta de que lo que hice fue una emancipación repentina y total. En literalmente un día pasé de vivir con mis padres a ser completamente independiente; tenía ahorros para pasar el primer mes, y a partir de ahí empecé a cobrar un sueldo, así que no me prestaron ni una peseta, porque tampoco me hizo falta en absoluto. De la noche a la mañana me convertí en un adulto de verdad. Sigo haciendo todo lo posible por disimularlo, creo que con éxito.

Por otra parte, empecé a hacerme un hogarcito. Hay un eBay húngaro que se llama Vatera, además hay varios grupos de compraventa en Facebook, y entre una cosa y la otra me fui amueblando la habitación por ná y menos. Lo primero fue la mesa, que me costó 10 €, los altavoces (nuevos) y un monitor que me vendió Balázs para comprarse uno mejor.

Antes
Después

Lo siguiente fue una estantería cojonudísima y como nueva por el irrisorio precio de ~17 €, que entre libros, discos y revistas ya está a la mitad de su capacidad. Luego una silla que encontré en la calle, otra más pequeña y con ruedas que ruedan por unos 13 €, y por último una mesita plegable por el mismo precio. Ah, y me imprimí el cuadro que nos pintó Kris Verwimp para Home of the Wind para enmarcarlo y un par de pósters para la puerta. Todo muy bien, en suma, pero no puedo evitar sentirlo como provisional. No sé cuánto tiempo más estaré en este piso, puede que años, pero es seguro que no va a ser para siempre; entonces, como veo la mudanza como algo ineludible tarde o temprano, no me siento completamente en mi hogar. Siempre queda la duda de «y qué vendrá después». Pero tampoco dejo que eso me amargue, porque no tiene sentido; es obviamente mejor ir haciendo mi día a día lo más cómodo posible, y que vaya viniendo lo que tenga que venir. Curiosamente, no siento esa misma espinita clavada con respecto a mi trabajo, que también sé que no va a durar muchos años. Quizá sea porque veo el trabajo como un medio y la habitanza como un fin. O quizá no. Otro día pienso sobre ello. En cualquier caso, no quiero terminar esta entrada sin una mención de honor a Essi y a su coneja Léni, aquí en posición de vuelo e inminente aterrizaje.

Sí, le falta un ojo, pobriña.
Feliz 2017 a tutti quanti, y gracias por leerme aunque escriba de higos a brevas.

Sunday, January 1, 2017

Una fría mañana de enero


Buenos días, feliz año nuevo.

Me pasé toda la Nochevieja en la oficina, aunque aproveché algunos ratitos para escribir para el blog unas entradas que pronto veréis. Cuando salí, como me había perdido toda la diversión, decidí hacer algo distinto y ver la ciudad vacía y envuelta en esa densísima niebla blanca que probablemente siga cubriendo el río mientras escribo estas líneas.

Sobre las siete y media de la mañana, y especifico para los aficionados a los mapas, bajé en Móricz Zsigmond körtér y fui caminando por Bartók Béla út, una avenida que me gusta mucho, hacia Szent Gellért tér, donde están el hotel Gellért y el puente de la Libertad (puente verde para los amigos). Era un verdadero placer caminar por allí, con toda esa calma, sólo perturbada por los viejos tranvías amarillos y blancos que iban pasando cada pocos minutos. Al llegar al puente saqué la cámara de la mochila para hacer unas fotos, pero los implacables –7 ºC y mi carencia de guantes se opusieron con firmeza a que lo hiciera con la comodidad que aportan el sentir los dedos y el poder tenerlos quietos más de cinco segundos, y fuera de las mangas más de un minuto. Como consecuencia, las pocas fotos que pude sacar no están bien enfocadas ni encuadradas, pero aun así me apetece compartirlas con vosotros.











Pensé en subir hasta la estatua de la Libertad, pero la niebla me impedía verla, y razoné: si desde aquí no puedo ver la estatua, desde la estatua no voy a poder ver «aquí». Así que deseché la idea y crucé el puente, al entrar en el cual me encontré con esos alegres carambanitos que veis en la última foto. No es nieve, no nevó en toda la semana, es humedad del río congelada; del otro lado de la barandilla había mucho menos hielo, debido a que la ligera brisa soplaba en dirección norte-sur. Por mí habría hecho muchas más fotos, pero tras la última, la batería de la cámara decidió agotarse. De todos modos, lo de no sentir los dedos no es ninguna broma: me costaba apretar el botón hasta la mitad para enfocar, cuando lo quería apretar no lo apretaba, y a veces, lo apretaba sin querer. Por cada minuto de jugar con la cámara tenía que pasar tres con las manos escondidas en las mangas.

Total, que crucé el puente y bajé al subterráneo con intención de coger el tranvía 2 hasta la zona del parlamento. En el subterráneo me topé con una fotógrafa que iba con una cámara réflex colgada al cuello y un trípode en la mano. La seguí cual eficiente acosador y constaté, como suponía, que también le iba a sacar fotos al puente. Me acerqué a ella para preguntarle si tenía alguna página en internet (efectivamente). En la breve conversación que siguió, me dijo que precisamente acababa de bajar de la estatua y que desde allí no se veía nada de nada; quería fotografiar la niebla desde arriba, pero esta cubría el monte también.

Cuando volví a bajar al subterráneo, noté que los dedos de los pies se me empezaban a medio congelar también, lo que me disuadió por completo de ir a ningún sitio que no fuera mi casa. Mientras esperaba el metro se me ocurrió que este breve paseo daba para una corta pero xeitosa entrada en el blog.